GEOGRAFÍA - PAÍSES: Italia - 6ª parte

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Geografía

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Italia - 6ª parte


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Historia (continuación)

tón III, admirador de la cultura clásica, instaló la corte del Sacro Imperio Romano Germánico de los otones en Roma, soñando con poder reconstruir el antiguo Imperio romano. Pero a su muerte (1002), Italia se disgregó y sumergió de nuevo en señoríos, feudos y guerras locales. En esta época (1100), el S de Italia estaba dominado militarmente por los normandos, con la capital de su reino ubicada en Palermo. Los normandos permitieron una gran autonomía comunal y comercial así como un enorme fraccionamiento político, siendo las propias ciudades libres de este reino normando del S las que no querían pertenecer a los dominios de Roma y repudiaban los distintos intentos de anexión o «liberación» que venían desde el N. Pero Enrique VI (emperador germánico coronado rey de Italia en 1186) consiguió, mediante su matrimonio con Constanza de Sicilia, unificar los dos reinos a la muerte de Guillermo II (rey de Sicilia y padre de Constanza). No obstante, tal poder fue rechazado por las ciudades y por la Iglesia, quienes acabaron venciendo y, consecuentemente, obtuvieron un reconocimiento por parte del propio «emperador» del poder de las ciudades libres italianas. Las ordenanzas municipales de estas ciudades se centraban en un señor o capitán del pueblo, que encarnaba el poder local que consiguieron las famosas signorias o ayuntamientos a partir del s. XIII, y aunque a veces estuvieron muy enfrentadas entre ellas, las ciudades libres centraron el pulso político, económico y cultural de toda una época. Varios partidos (gibelinos y güelfos) y ligas de ciudades, como la Liga Lombarda, extendieron su poder durante las confrontaciones de estas épocas.

La industria artesana progresaba en el N (seda en Lucca y lana en Milán), y la banca se afianzó como una importante especialidad de los lombardos. La situación económica mejoraba: se volvieron a acuñar, después de muchos siglos, monedas de oro en Occidente (en Génova, Florencia, Venecia y Milán). Estas cuatro poderosas ciudades del N italiano controlaban el comercio de media Europa, Oriente y África; sus cualidades de ciudades-estado, herederas de la tradición grecorromana, afianzaron también su buena posición cultural y filosófica ante el inmovilista sistema feudal imperante en buena parte del mundo conocido. 

El S de Italia fue finalmente arrebatado a los normandos por la casa de Anjou, pero Sicilia pasó, por voluntad del pueblo (que se rebeló contra los Anjou) a la corona de Aragón. Los Estados Pontificios y la Iglesia sufrieron importantes crisis en esta época con el conocido Papado de Aviñón (1309) o Cisma de Occidente. Cuando la sede del Pontificado volvió definitivamente a Roma (1377), la libertad del N de Italia contra cualquier emperador, rey, unificador o pontífice era ya manifiesta y su poder económico superior al de cualquier potencia de la época; su organización, republicana o señorial-burguesa, pero siempre en pequeños estados, contrastaba en una Europa de reinos con sueños aún imperiales. Las ciudades del N italiano empezaron también a relacionarse con otra región que parecía seguir su mismo esquema, Flandes. Así, Brujas, Amsterdan y Rotterdam comerciaban activamente con Florencia, Génova y Milán. El S, disputado por los Anjou (Nápoles) y la corona catalano-aragonesa (Sicilia), tras una guerra consiguió reunificarse, en 1442, como Reino de las Dos Sicilias y bajo dominio aragonés. Mientras, Florencia vivía uno de sus momentos más álgidos con los Médicis. Venecia, saliendo más allá de sus islas, se expandía por las vecinas ciudades del Véneto.

Las abundantes guerras y crímenes que se daban entre los distintos poderes existentes en Italia, finalizaron cuando el amenazante poder turco-otomano, que había derrotado al Imperio de Oriente en 1453, tocó por primera vez la península italiana (Otranto, 1480). Entonces Milán, Florencia, Venecia, Nápoles y el Papado (aunque fingidamente enfrentados) se unieron en una nueva cruzada ante los nuevos «bárbaros» turcos. La ayuda llegó también desde España y Austria, pero fue Venecia quien más se opuso contra un poder que amenazaba sus posiciones comerciales en Oriente. Pero las nuevas rutas comerciales descubiertas en la época traían ya nuevas riquezas y especias tanto de Oriente como de las Indias Occidentales hacia Europa. Este nuevo comercio estaba controlado, en principio, por Portugal y España, pero progresivamente se añadieron a la carrera Francia, Inglaterra y Holanda, así que el comercio mediterráneo hacia Oriente quedó olvidado, minorizado y controlado por los turcos, lo cual empobreció muchísimo a Italia. Así, aunque perdida su primacía económica a partir del s. XVI, Italia siguió poseyendo importantes actividades industriales, artesanas, artísticas y científicas (Torricelli, Galileo). Pero el continente europeo restaba inmerso en sus conflictos entre potencias imperiales. Grandes convulsiones y cambios dinásticos, así como varias guerras, acontecían en todos los reinos, ducados y señoríos italianos durante el s. XVI y el XVII, y aunque se mantuvo prácticamente igual la fragmentación territorial, casi toda Italia acabó fusionada con las más importantes casas reales europeas por pactos, matrimonios, invasiones o cesiones, y es que todos codiciaban Italia. Un primer gran cambio fue la pérdida del Reino de Nápoles y del Milanesado por parte de la derrotada dinastía Habsburgo de España (Tratado de Utrecht de 1713). Pero el Reino de las Dos Sicilias era ya un lugar empobrecido y ruralizado por siglos de aburrimiento económico y falta de vitalidad respecto del N, fruto todo de la arcaica gestión hispana. Los Borbones (desde 1713 francoespañoles) y los austríacos lucharon casi estado por estado en Italia para el control de la zona. No obstante, fueron los Habsburgo (Austria) quienes acabaron consolidándose como dominadores de la mayor parte del N italiano, tanto directamente, como por bodas o tratados. Italia vivió una época de breve paz y renovación con el despotismo ilustrado de los reyes de la época, empezando a estructurarse verdaderos modelos de estado moderno, exceptuando a los territorios pontificios.

Con la nueva intelectualidad de la época y la influencia de la Revolución Francesa (1789) empezaron a afianzarse las ideas liberales, así como un cierto nacionalismo italiano incipiente, entrado ya el s. XIX. Pero los postulados revolucionarios entraron en Italia por la fuerza arrolladora de los ejércitos napoleónicos; a partir de 1796 Napoleón anexionó a su Imperio Niza, Saboya, la Riviera y Génova, y entró en la Lombardía austríaca avanzando ya hacia Viena y obligando, de paso, a Venecia a instaurar un régimen revolucionario profrancés. Los austríacos firmaron una rápida paz en 1797 por la que cedían la Lombardía a Napoleón, quien la convirtió, como hizo con la mayor parte de los estados de la península, en repúblicas de corte francés (República Transpadana y República Cispadana), y únicamente cediendo Venecia a Austria a cambio de Bélgica. Posteriormente, fusionó las dos repúblicas del N en una sola llamada República Cisalpina (1797). Los ejércitos franceses entraron también en Roma (1798), instaurando una república en los territorios del Papa (República Romana), así como en Nápoles (1799, República Partenopea). En una segunda etapa a su vuelta de Egipto, Bonaparte anexionó el Piamonte y Parma a Francia, devolvió algunos reinos en forma de vasallaje y creó la República Italiana (1802) con la Lombardía, el Centro-Norte y la costa adriática, todo bajo su propia presidencia. Posteriormente, la transformó en reino al autocoronarse en 1805 en Milán como rey de Italia. Más tarde, y con la derrota austríaca en Austerlitz, Napoleón anexionó Venecia al Reino de Italia y puso en Nápoles a su hermano José como soberano (1806). Los Estados Pontificios se dividieron en dos departamentos, siendo Roma, como parte de su Imperio, la segunda capital después de París. Con todo, sólo dos estados italianos restaban independientes del control napoleónico: Cerdeña, regida por el rey Víctor Manuel I de la casa de Saboya, y Sicilia, reducto borbónico del también ocupado Reino de Nápoles.

El dominio revolucionario francés sobre Italia hizo desaparecer todo vestigio del antiguo régimen; se abolieron la servidumbre y los privilegios eclesiásticos y se cambiaron y modernizaron las leyes, difundiendo los derechos del ciudadano. La derrota final de Bonaparte (Waterloo, 1815) devolvió a Austria, después del Congreso de Viena, la primacía sobre los pequeños reinos italianos. El reino Lombardo-Véneto, la Toscana y los ducados de Parma y Módena restaron así bajo control directo austríaco. El Piamonte fue devuelto a los Saboya y los Estados Pontificios al gobierno conservador de los papas. Finalmente, el Reino de Nápoles (o de las Dos Sicilias) volvió a ser el reducto borbónico empobrecido, latifundista y señorial que era. Pero algo había cambiado en la mentalidad de la gente: un sentimiento antiaustríaco y un creciente nacionalismo militante se apoderaban del N de Italia. Pero ni el papado ni el reino borbónico del S intercedieron jamás en favor del nacionalismo italiano, ya que éste era un movimiento encabezado por liberales y reformistas que no agradaba ni a los papas ni a los borbones. Estos últimos valoraban más a una Austria imperial, de postulados semejantes a los suyos, que a una nueva Italia que pudiera atentar contra su poder. Sólo el pequeño Reino del Piamonte (Turín, Génova y Cerdeña), gobernado por la casa real de Saboya, poseía un verdadero sentimiento anti-austríaco que le convirtió, a ojos de los nacionalistas, en el único reino puramente italiano, refugio pues de las ideas patrióticas y los movimientos liberales italianos fundadores de las sociedades secretas creadas para expandir y coordinar sus ideas y sus grupos por toda Italia. Para definir a toda esta época se habla también de Il Resorgimento, como cúmulo de los movimientos intelectuales de tendencia romántica, de sentimientos de libertad y de los derechos individuales y colectivos que, desde principios del s. XIX, postulaba por hacer de Italia una nación, liberando así al pueblo italiano del dominio de déspotas y extranjeros.

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